Salmo 73:26
Mi carne y mi corazón desfallecen: Pero Dios es la fortaleza de mi corazón y mi porción para siempre.
Es verdad que nuestro cuerpo se desgasta cada día que pasa, también nuestras emociones, y nuestra fortaleza física y mental son limitadas. No podemos evitar el cansancio físico, y el agotamiento mental y emocional.
No podemos olvidar que más allá de las cosas que vivimos en lo cotidiano, el mundo es un sistema de opresión, injusticia y maldad, que oprime el corazón de los hijos de Dios. En el contexto de todo el salmo setenta y tres, el escritor inspirado llamado Asaf, resume su experiencia al llegar al punto de quejarse con Dios, y dudar de su ayuda, pero al entrar en la intimidad con Dios, el Señor le hace entender, que él tiene el control de todo, y que al final hay recompensa para sus hijos fieles.
Cuando lleguemos al límite de lo que podemos soportar, cuando bajemos los brazos, y se debiliten nuestras fuerzas, en ese punto final donde ya no podemos seguir porque no nos quedan recursos, allí comienza a manifestarse el poder de Dios que está en nosotros, desde lo más profundo de nuestro ser Dios se manifiesta para llevarnos a la meta.
Entonces comprendemos que Dios pelea por nosotros, que nunca nos abandona, y que sin él nada podemos hacer.
P. Aldo
Mi carne y mi corazón desfallecen: Pero Dios es la fortaleza de mi corazón y mi porción para siempre.
Es verdad que nuestro cuerpo se desgasta cada día que pasa, también nuestras emociones, y nuestra fortaleza física y mental son limitadas. No podemos evitar el cansancio físico, y el agotamiento mental y emocional.
No podemos olvidar que más allá de las cosas que vivimos en lo cotidiano, el mundo es un sistema de opresión, injusticia y maldad, que oprime el corazón de los hijos de Dios. En el contexto de todo el salmo setenta y tres, el escritor inspirado llamado Asaf, resume su experiencia al llegar al punto de quejarse con Dios, y dudar de su ayuda, pero al entrar en la intimidad con Dios, el Señor le hace entender, que él tiene el control de todo, y que al final hay recompensa para sus hijos fieles.
Cuando lleguemos al límite de lo que podemos soportar, cuando bajemos los brazos, y se debiliten nuestras fuerzas, en ese punto final donde ya no podemos seguir porque no nos quedan recursos, allí comienza a manifestarse el poder de Dios que está en nosotros, desde lo más profundo de nuestro ser Dios se manifiesta para llevarnos a la meta.
Entonces comprendemos que Dios pelea por nosotros, que nunca nos abandona, y que sin él nada podemos hacer.
P. Aldo
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